domingo, 10 de febrero de 2013

Flores en la carretera - No fue un accidente

Reportaje publicado por EL DIARIO VASCO en enero de 2008

Flores en la carretera

La carretera y la violencia vial se cobran vidas y marcan otras. Los familiares honran a sus víctimas con el recuerdo y la lucha por la justicia. Así lo hacen tres familias que han sufrido esta amarga experiencia

SAN SEBASTIÁN. DV. Euskadi registró 70 fallecidos en accidentes de tráfico en 2007, lo que supone un descenso del 18,6% respecto a los 86 decesos registrados el año anterior. Unas cifras que sólo tienen en cuenta a los fallecidos en vías interurbanas en las primeras 24 horas tras el choque, y que no distinguen entre accidentes, casuales, y los que no son fruto del azar, sino directamente imputables a conductores temerarios. Hay que considerar el descenso, pero sin perder de vista que esa cifra incompleta computa dramas como los que narran Josetxo, José Luis y Luisa.

«No fue un accidente, sino un asesinato»


El primer accidente mortal de 2007 en Gipuzkoa sucedió la media noche entre el 1 y el 2 de enero. Cinco miembros de una misma familia circulaban cerca de su pueblo, Hernani, cuando llegaron a un cambio de rasante sin visibilidad donde la velocidad máxima es de 70. De improviso, los embistió otro automóvil a gran velocidad. Su vehículo pasó de 70 a 0 en un instante, giró 180 grados y retrocedió cinco metros. El otro recorrió 15 metros más, con el motor haciendo de ancla.

Ángel Lázaro, el aitona, falleció al volante. Su nieta Haizea Etxeberria, de cuatro años, sufrió un traumatismo cerebral interno. Entró en la UCI de Pediatría del Hospital Donostia en brazos de su padre, Josetxo, que también se había llevado lo suyo: politraumatismo óseo y muscular completo sin fracturas, que implicó desgarros en toda la musculatura, inflamación de todos los huesos, costillas flotantes y aplastamiento de la quinta vértebra lumbar, con un hematoma en la médula espinal que le impidió sentir de cintura para abajo durante días.

Su esposa Susana Lázaro y su suegra Aurora Pérez tampoco salieron mejor paradas. Entre otras lesiones, ambas se rompieron fémur izquierdo y cadera; además, la segunda sufrió la fractura de ambos húmeros, esternón y pleura, y también entró en la UCI. A las cinco de la mañana, la pediatra solicitó a Susana y Josetxo su permiso para donar los órganos de Haizea en caso de muerte, dada su extrema gravedad. Consintieron y a las siete se pusieron en contacto con abogados, a los que trasladaron una sospecha: no había sido un accidente.

Haizea salió de peligro el día 8; Aurora, a las dos semanas. La familia recuerda indignada que, si hubieran muerto más de 24 horas después del choque, no habrían figurado en las estadísticas. Ninguno pudo asistir al entierro de Ángel, ni tampoco sumirse en el dolor: se impuso recuperarse y hacer frente a la adversidad. El 20 de enero, la Ertzaintza les notificó que el «agresor» dio 2,5 gramos de alcohol por litro de sangre. Más adelante, contrataron un perito que calculó la velocidad del «asesino al volante»: 144 kilómetros por hora en un tramo con un máximo de 70. «Los gritos de Haizea me impactaron tanto que hasta agosto no soportaba oírla llorar», recuerda Josetxo. «Pero no quiero olvidar nunca la imagen de mi hija medio muerta en mis brazos porque es lo que me da fuerzas para reivindicar que esto no vuelva a pasar. Tampoco podemos traicionar la memoria de Ángel. No fue un accidente, sino un asesinato en toda regla. He convertido en la causa de mi vida, mi cruzada, que el agresor sufra una pena proporcional, que cargue con las consecuencias de sus actos, para que se lo piensen dos veces. Contratan el seguro para matar gente, destrozar familias y evitar la cárcel».

«No nos van a comprar con dinero -que no llegue, es otro tema-. Exigimos responsabilidades penales. Llegaremos hasta el final», advierten, al igual que admiten que la situación económica es «insostenible». Han pedido dos créditos y no pueden calcular cuánto han adelantado, entre tratamientos -tras el alta con secuelas-, rehabilitación, traslados, cambios de domicilio y obras para adaptarlos, contratación de asistentes. Pero ni Josetxo ni Susana han repuesto las gafas deterioradas en el accidente. «Es cuestión de prioridades», como la de contratar al perito.

Agradecen a todo el personal de la planta tercera de Traumatología y la UCI de Pediatría del Hospital Donostia que se volcaran en su caso -«no hay palabras». Sin olvidar a familiares, amigos y vecinos, sin cuya ayuda no habrían podido salir adelante, ya que no podían cuidar unos de otros, dados los diversos grados de discapacidad y dependencia. «Este sufrimiento no se puede pagar con dinero». Para muestra de lo que les espera todavía, Susana, a sus 34 años, ya padece artrosis degenerativa.

«Si mi hija hubiera muerto, no habría tenido fuerzas para seguir adelante. Empecé a andar para no quedarme en silla de ruedas y cuidar de ella», revela Josetxo. Haizea superó la lesión cerebral sin secuelas aparentes -«ahora es la que mejor está»-, y a sus 5 años también lo tiene claro: «Aita, cuéntalo para que no nos vuelva a pasar».
(Continuará)

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Etiopía

Un país joven, apasionante y agradecido

Etiopía es un país lleno de niños que regalan su sonrisa al visitante. La edad media es de 18 años, la esperanza de vida se sitúa en los 50, cada mujer tiene una media de cinco hijos y el 12% de los pequeños mueren antes de los 5 años. Se calcula que por lo menos tres millones y medio de personas padecen sida, pero quienes conocen la realidad del país sobre el terreno estiman que esa cifra se queda corta.
Esta situación límite conmueve en lo más hondo al visitante, encandilado por la formidable acogida que tributan los etíopes y la belleza de sus paisajes y sus gentes, así como por esa sensación que transmiten los nativos de saber disfrutar y agradecer lo poco que tienen en un país donde, a diferencia de Euskadi, la continuidad de la vida no se da por supuesta.
Un ejemplo de esta actitud es la aldea de Mayafulalu, cerca de Meki. Sus habitantes se sienten ricos porque disponen de una fuente, electricidad y una escuela, además de una iglesia y un molino, edificados con los donativos de un hondarribiarra y un notario donostiarra, respectivamente, que no quieren ser conocidos por ello. Selam, embarazada de ocho meses, considera que vive «mejor que la reina de Inglaterra» porque ya no tiene que andar 14 kilómetros para traer agua o para moler el grano.
Lejos de la imagen de miseria y hambre que asociamos con Etiopía, el país africano constituye un destino turístico singular, con sus monumentos, sus parques naturales y, sobre todo, su gente.