Continúo reproduciendo el reportaje "No podrán con nosotros" publicado por EL DIARIO VASCO en 2009
«Echo de menos poder valerme por mí mismo»
Abede Akass nació en Marruecos en 1979. Vino a España en
2000, aunque un mes después hizo una visita a su país de origen para
casarse con su mujer, que se quedaría allí. Durante siete años, Akass
desempeñó distintos trabajos, primero en Galicia y luego aquí en Gipuzkoa.
En 2007, Abede vivía en Aretxabaleta y trabajaba en una
chatarrería local. El 31 de octubre de aquel año, la máquina que
aplastaba el cartón se atascó. El joven se acercó para solucionar el
problema. El aparato se puso en marcha de golpe, le atrapó ambas piernas
y todo se hizo dolor. Se las arrancó casi hasta las rodillas. No perdió
el conocimiento y los minutos se hicieron eternos mientras lo
trasladaban al hospital comarcal de Arrasate.
En la cama del hospital, con su familia en Marruecos,
Abede quedó «abandonado en manos de Dios». A los pocos días, lo
trasladaron al Hospital de Santiago en Vitoria, y más tarde al de San
José, en la misma ciudad y de la mutua Mutualia. El joven pasó un mes
«muy largo y complicado, el más duro» de su vida, dominado por la
soledad, la angustia y el dolor de los miembros que ya no tenía.
Al mes del accidente, Mutualia, a la que Abede está muy
agradecido, trajo a sus padres y a su mujer desde Marruecos. El
reencuentro fue un choque de sentimientos encontrados. La satisfacción
del paciente, por fin con los suyos, se estrellaba contra el sufrimiento
de unos padres que tenían ante sus ojos bañados de lágrimas a su hijo
mutilado. Ellos tuvieron que regresar al país vecino, pero su esposa
pudo permanecer junto a Abede en Vitoria, donde se quedaron por ser una
ciudad mejor adaptada a sus problemas de movilidad. Los siete años de
trabajo de Akass en España sirvieron para que la pareja pudiera vivir con sus ahorros. Ella no podía ponerse a trabajr porque él necesita asistencia continua. El tema de la pensión
«está en manos de los profesionales». Todavía no saben «nada» de las
ayudas de la Ley de Dependencia solicitadas.
Abede tiene que luchar todos los días, física y
mentalmente. «Lo paso mal, no vamos a mentir». Hace rehabilitación de
lunes a viernes, aunque a veces no le apetezca tras «darle vueltas»
enfermizas a la cabeza. Con las prótesis que le compró la mutua y las
muletas, puede andar algo, «¿y sabe cuánto?: 1.350 metros, pero llega a
casa «cosido por el calor» y se las quita con los muñones ardiendo. Una
vez allí, necesita ayuda hasta para lo más básico. Confiesa que más de
una madrugada se ha hecho sus necesidades encima al no conseguir ponerse
las prótesis para llegar al baño.
Abede añora «la vida, poder valerme por mí mismo, poder
andar como los demás, subir al monte, nadar. El trabajo no; ahora, tras
lo que me ha pasado, lo odio».
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