MUNDO
Las féminas sufren la ablación, violaciones, raptos
y matrimonios forzosos y realizan el trabajo más duro
DV. La vida en Etiopía consiste en un
ejercicio de supervivencia. A la dificultad de lograr el sustento, se
suman las pésimas condiciones de higiene y sanitarias, en un país donde
cada día mueren 350 personas infectadas por el sida y 370 lo contraen.
Este Estado africano se encuentra en el puesto 169 de 177 en el Índice
de Desarrollo Humano elaborado por la ONU. Y si nacer en Etiopía es una
desgracia, hacerlo como mujer es una maldición.
Por las calles de la capital, Addis Abeba, llaman la
atención los chadores que sólo dejan ver los ojos de las mujeres y que
proliferan en los barrios somalíes. Pero el sometimiento de la mujer, en
Etiopía, no entiende de religiones y se da tanto en ese 30% musulmán
de la población como entre la mayoría cristiana.
Más de tres cuartas partes de las púberes son sometidas a
la mutilación genital, una práctica ancestral muy arraigada en 28
países africanos. Las lesiones pueden causar la muerte, dolor crónico,
infecciones, desorden post-traumático, complicaciones en el parto.
Además de lo que persiguen: restringir el deseo sexual.
El Gobierno etíope ha prohibido la ablación y la castiga
con hasta diez años de cárcel. Haile Amdeslassie, guía turístico,
considera que el rito es ya imposible en las ciudades, especialmente en
Addis Abeba, aunque admite que la protección de la Administración no es
tan efectiva en las zonas rurales.
Los etíopes consideran a sus mujeres como un mero objeto
sexual, según el misionero vasco Pedro Arrambide. Cuando las niñas
crecen, «las violan, las secuestran, las venden o las casan con un
viejo», denuncia. Las violaciones las exponen al sida, como también la
prostitución, muy extendida.
Una buena muestra de la juventud con la que las etíopes
son casadas, violadas o se ven obligadas a prostituirse la encontramos
en las calles de Addis Abeba, donde abordan a los turistas niñas con un
bebé a cuestas y un magro pecho adolescente al aire para evidenciar que
la criatura no es su hermano pequeño.
Muchas de las niñas que acuden a la escuela de la misión
Saint Mary, en Wucro, en la región norteña de Tigray, se tienen que
prostituir para poder estudiar. Su director, el padre Ángel Olaran,
explica que el año pasado 153 niñas acabaron sus abortos en el hospital,
dando a entender que fueron muchas más las que se sometieron a
interrupciones del embarazo con medios rudimentarios que no precisaron
atención médica posterior.
Es común que casen a las niñas a los trece o catorce
años, aunque la edad mínima legal son los quince. Si se obliga a
contraer matrimonio a una chica menor, sus progenitores o el marido se
ven expuestos a penas de cárcel. Pero una vez más, la cruda realidad
desborda los cauces que marca la ley.
En las comunidades tradicionales, las mujeres están
sometidas a sus maridos, quienes toman todas las decisiones. Su acceso a
la tierra y la participación en las organizaciones y reuniones de la
comunidad también dependen del cabeza de familia masculino.
Esfuerzo
Se espera de ellas que hagan todo el trabajo que rechazan
los hombres, quienes en el campo se limitan a las tareas agrícolas, con
la ayuda, eso sí, de sus esposas, madres e hijas. Las mujeres recorren
largas distancias a pie para recoger agua y leña, llevar los productos
al mercado o el grano a moler, incluso cuando están embarazadas. Esos
interminables recorridos las exponen aún más al riesgo de ser violadas o
secuestradas.
Recaen sobre ellas las tareas domésticas y el cuidado de
los pequeños, los ancianos y los enfermos. Según un estudio de UNICEF,
la mujer que vive en el campo trabaja una media de entre 15 y 18 horas
diarias, y es responsable de más de la mitad de la producción agrícola
de subsistencia.
Pero si mayor es la carga que pesa sobre ellas, también
es superior su responsabilidad como virtud. Quienes trabajan en
proyectos de cooperación y conceden micro-créditos en Etiopía se centran
en las mujeres porque los hombres «se gastan el dinero en alcohol»,
critica Arrambide.
En las familias con pocos recursos, los chicos tienen
prioridad para ir a la escuela. No obstante, en la Escuela Católica de
Meki, a 135 kilómetros al sureste de Addis Abeba, el porcentaje de niñas
en los primeros cursos se acerca al de niños. En cambio, el número de
chicas que estudia secundaria es la mitad que el de ellos, y en los dos
cursos preuniversitarios se reduce a un tercio por la temprana edad en
la que ellas se convierten en madres o esposas.
Pero si logran acceder a la universidad, se ven
catapultadas a la vida moderna y profesional. El Gobierno etíope está
impulsando la educación superior e incluso mantiene a los universitarios
mientras cursan sus estudios. Para ellas supone superar la doble
maldición de ser mujer y etíope.
http://mujericolas.blogspot.com.es/2015/05/esperanzas-y-deseos-de-las-mujeres.html?spref=fb
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